viernes, 27 de noviembre de 2015

#23PreguntasDeProust: Jessica Miranda

...por Hamid Yammine

Entre las definiciones de la palabra “artista” que conseguí en el diccionario de la Real Academia Española hubo una que me enamoró: “persona que ejecuta alguna arte bella”, y lo hizo a pesar de su subjetividad y relatividad porque ¿no es acaso todo arte subjetivo y relativo? No es un camino sencillo a elegir el decir un buen día: “Voy a ser músico”, “Voy a ser pintor” o “Voy a ser escritor”, por solo nombrar algunos oficios artísticos. No es un camino sencillo en cualquier lugar del mundo, pero sobre todo puedo decir con propiedad que no es un camino sencillo a elegir en la Venezuela de hoy. Elegir el camino de las artes en la Venezuela de los tiempos que vivimos es un verdadero acto de coraje y valentía que no necesito explicar ni justificar, porque para esto evidencia hay de sobra, pero lo que sí puedo decir es que a pesar de la oscuridad que puede oprimir una determinada época a veces existen destellos de genialidad y sincera pasión que exponen la belleza de la vida a pesar de todo, a pesar del caos.

Jessica Miranda es músico, toca la batería en HolySexyBastards y pronto se estrenará con proyecto solista. Jessica Miranda es una artista, sin que la palabra “artista” pretenda sonar grande o pequeña, sino porque simplemente lo que Jessica hace es expresión de su alma, de sus sentimientos, de su ser, es su arte.

Conocí a Jessica porque la vida y un amigo en común nos pusieron en el mismo grupo que durante más de una semana hizo el largo pero gratificante camino que nos llevaría a la cima del Roraima. Puedo decir entonces que en realidad conozco a Jessica más como ser humano que como artista, aunque quizás al final se trata de lo mismo... en fin, como en el arte, son libres de tener su propia opinión.

Las preguntas que se presentan a continuación no las redacté yo, sino que provienen de un cuestionario que Marcel Proust redactó alguna vez: “Questionnaire by Marcel Proust himself”. El cuestionario creo que posee la virtud de explorar la personalidad de quienes lo responden a través de preguntas sencillas, dejando a la vista casi sin querer su sensibilidad humana, o artística, ustedes dirán.




Hola Jessica, siéntete libre de responder como quieras.


¿Cuál es tu idea de felicidad perfecta?

Mi idea de felicidad perfecta sería encontrarme en un estado de calma y tranquilidad absoluta, que nada me altere de ese estado. 


¿Cuál es tu característica más reconocible?

Yo creo que sería mi sentido del humor negro que al principio no muchos entienden.


¿Cuál consideras tu mayor logro?

Mi mayor logro yo creo que fue tomar la decisión de dedicarme a lo que me apasionaba, que es la música. 


¿Cuál es tu mayor miedo?

No sé si tenga un mayor miedo pero si hay algo que me está molestando en estos momentos es la idea de que mi proyecto no funcione o no se dé. 


¿Con qué personaje histórico es con el que más te identifican?

La verdad eso es algo que no me dicen mucho pero hace poco un señor me dijo que le recordaba a Janis Joplin por mi manera de cantar. 


¿Qué persona viva es a la que más admiras? 

A mi madre. Admiro su paciencia, el amor hacia sus hijos y la manera en que toma y lleva las cosas, entre otras cosas más. 


¿Quiénes son tus héroes en la vida real? 

Mis padres y mis hermanos. 


¿Cuál es el rasgo más deplorable en ti? 

Que soy demasiado sensible, puede ser bueno como  a veces puede ser malo. 


¿Cuál es el rasgo en los demás que te hace menospreciarte? 

Ah, no lo sé. Trato de no compararme con los demás. 


¿Cuál es tu viaje favorito? 

Mi viaje favorito hasta ahora fue ir a Portugal con mi familia. 


¿Cuál consideras que es la virtud más sobrevalorada? 

No sé realmente cuáles son esas virtudes que están más sobrevaloradas pero todas las virtudes tienen algo especial, no siento que una sea menos o más que la otra. 



¿Qué palabra o frases usas en exceso? 

Uso mucho la palabra “pues” al final de las oraciones. No me he enterado de otra. 


¿Cuál es tu mayor arrepentimiento? 

No tomar la oportunidad de estudiar música en el exterior al salir del bachiller. 


¿Cuál es tu estado de ánimo más recurrente? 

Últimamente sufro de muchas ansiedades pero estoy trabajando en eso. 


Si pudieras cambiar algo de tu familia, ¿qué sería? 

Que mis hermanos y yo no estuviéramos en distintos países, sino todos unidos. 


¿Cuál es tu posesión más preciada? 

Mi ipod. No sé que haría sin él. 


¿Qué consideras que es lo más profundo de la miseria? 

Diría yo que el trato que te dan las demás personas cuando estás en la miseria, como si fueras menos o valieras menos como persona por tener menos. 


¿Dónde te gustaría vivir? 

Que difícil esta pregunta. No me he hecho una idea de mi hogar perfecto porque sé que al final terminaré viviendo en el lugar menos pensado. 


¿Cuál es tu actividad favorita? 

Aparte de hacer música sería el deporte. Me gusta mucho hacer ejercicio o algún deporte como el Tenis. 


¿Cuál es la cualidad que más te gusta en un hombre? 

La amabilidad. 


¿Cuál es la cualidad que más te gusta en una mujer? 

La valentía. 


¿Cuáles son sus nombres favoritos? 

De niña me gustaba mucho el nombre Alberto.


¿Cuál es tu lema? 

Desde que tengo 15 años tengo una placa guindada en mi cuello que dice “Nada es imposible”. Me da ánimos para seguir haciendo lo que me gusta.



viernes, 2 de octubre de 2015

Deseo Visceral #1

Los Fornos Caminantes, y su Calor Viajero.

Siendo uno de los desafortunados humanos a la que la casualidad y el deseo pasional de otras dos personas, mandó a nacer en ese lugar etéreo llamado Valencia, mi suerte geográfica es una mezcla de cosas que no son nada. 

Les explico; Valencia fue construida en un Valle, y si es que fueras un colono, no dudaría en erigir un asentamiento en dicho lugar, pues está en medio de las montañas, dos hileras que encierran la mayor parte de los habitantes en medios de dos arcos que se asemejan a la forma de una vulva, una vulva verde grisácea ahora. 

Como buenos humanos que somos necesitamos la sensación de seguridad apremiante, casi como necesitamos el aire que respiramos. Primero fue el seno de nuestras madres, luego cuevas, y en ese momento, en Valencia, fue el valle, y luego pues el seno de las madres sobreprotectoras, con miedo a los enemigos acérrimos de la vida, el sereno, los embarazos precoces, o la violencia escandalizada reportada en medios amarillistas, y si tenemos suerte, quizás algún día serán fortalezas esféricas gravitantes en el espacio sideral, capaces de destruir planetas enteros que se opongan a nuestro poder imperial. 

También debemos recordar que la época colonial en Venezuela no era un tarde soleada en el parque, tomados de la manos, dando salticos cerca de flores lilas y blancas y con dispensadores de chocolates o marihuana bajo cada árbol, no hermanos míos, eran días difíciles, y si me detengo a pensar más de quince segundos sobre la dificultades que enfrentan nuestras tierras, todavía siguen siendo días duros en Valencia, con o sin valle. 

Pero lo hermosamente agobiante de ese maldito valle es que en cuando pensamos en dicha formación montañosa nos imaginamos un lugar “fresco”, y pues ese no es el caso de la bella Valencia del cantar y florecer. Las montañas están dispuestas de un forma tan mágica que crean una gran muralla natural contra todo asedio de brisa o ventarrón que se le ocurra atentar contra la sagrada quietud de la ciudad. Hay seres humanos extraños y aberrantes que detestan el viento, no son conscientes de que el mismo significado de la vida, y más de la vida humana, reside en el viento y su movimiento, que vuela de un lugar a otro, libre, circular, llevando vida de un árbol a otro, de una flor a otra, de un insecto a otro, siempre cambiante y adaptable a los obstáculos que se hallen en su camino, supongo que hay personas que se han desasociado de este mágico movimiento de la vida, tal como le pasó al viento cuando intentó entrar en nuestra fortaleza citadina. 

Podrán pensar que vivir sin un poco de viento no es tan malo, pero cuando pensamos en las palabras de Juan Vicente Torrealba y su “Valenciano Sol”, pues solo me dan ganas de sentar al maestro compositor frente a un televisor a que observe los ochenta y nueve minutos de la tortura que desangran, desgarran, desmoralizan, y todos los “des” de aquí a la desolación de “Hotaru no Haka”, o conocida en español como “La Tumba de las Luciérnagas”, y hacerle sufrir a Juan Vicente como Isao Takahata me hizo sufrir con esa tragedia animada de segunda guerra mundial, quizás podría así entender lo que es caminar quince cuadras del Trigal, a las doce del mediodía, bajo su adorado “Valenciano Sol”. 

Sin embargo nuestro hueco entre las montañas tiene a la playa muy cerca, a una hora y media en automóvil, lo cual puede ser un viaje agradable, y de hecho placentero, cuando logras atravesar la última muralla natural, y comienzas el descenso a cuatro ruedas hacia la costa, el viento reclama su derecho, la temperatura baja unos pocos grados dejando que el cuerpo suelte un poco de ese calor acumulado por los azotes citadinos, y el paisaje verde de las montañas que vas dejando atrás es hipnotizante, y colocar a sonar el disco “A Memory Stream” de Amercian Dollars, puede terminar de transformar tu simple paseo a la playa en un viaje sideral de emociones, olores, sensaciones y alucinaciones. 

Claro, pero esto si tienes un automóvil, porque si en cambio cuentas con el siempre fiel y siempre trágico sistema de transporte público, tu viaje de hora y media se puede convertir en una odisea helénica, digna de un escrito trágico de Homero, donde los personajes principales sufren violaciones y desmembramientos a manos de los dioses olímpicos que bajan a castigar a los humanos por sus crímenes contra ellos mismos. Como todo viaje mitológico, los personajes místicos cobran un aura mágica y embelesadora, capaces de armar a nuestros viajeros de coraje y herramientas olímpicas que los ayudarán a derrotar y conquistar todos los antagonistas de diecinueve cabezas y medias y ciento cuarenta y cuatro vidas, o de hacerlos caer en el pozo de la desesperación donde terminarán por sacarse los ojos y comerse los pies. El chofer del autobús; Apollo manejando su carreta por carretera y media, en bajada, a ciento veinte kilómetros por hora. El colector; La Parca que te cobra por entrar en la barcaza que te llevará al inframundo. No hay mejor viaje sensorial para explicar la canción de AC/DC; “Highway to Hell”, que realizar este viaje de Valencia a Puerto Cabello. Lo bueno es que solamente tienes que tomar tres autobuses para llegar de tu casa a la playa, y otros tres de vuelta. Un viaje de cuatro o seis horas. Ya quisiera ver a Jáson y sus Argonautas tratando de llegar a la playa de La Rosa, desde El Trigal. 

Síndrome de Mozón Desértico; Estado de inundación producido por lluvias torrenciales, acompañadas de calor desértico/infernal/post-apocalíptico. Síndrome que define bien a nuestra ciudad de Valencia, supongo que por eso los valencianos realmente celebramos la lluvia con gozo y con una embriaguez de sensaciones que nos sobrepasan y que no sabemos bien cómo manejar. Esto se debe a que cuando llueve, la función de las calles y vías de transporte cambian, muta de la de llevar seres valencianos de un lugar a otro, a transportar millones de litros de agua, y como los transeúntes cambian en este clima, pues el valenciano tiene todo el derecho de quedarse en un lugar hasta que la lluvia cese, preferiblemente, en la casa, en la mañana. 

En fin, que vivir en Valencia es una mezcla de nadas, que son todo al mismo tiempo. Montañas que dan calor, pero que no son de arena, y cercanía a la playa, relativa dependiente del “Weapon of Movement” que decidas emplear, o que tengas la opción de aprovechar. No somos ni costeños, ni citadinos, ni heterosexuales ni pansexuales, ni verdes ni rojos, simplemente somos pequeños fornos que nos llevamos nuestro calor acumulado de años de azote de sol inclemente a cualquier lugar al que vamos. Sabemos caminar bajo cielos despejados, y bajo nubes que se precipitan trágicamente al pavimento, queremos estar solos pero con mucha gente. No sabemos muy bien cómo usar sistemas de transportes públicos avanzados, como tranvías o metros de múltiples estaciones. En Valencia el metro tiene cuatro estaciones, ponnos en una situación de transporte que tenga que ver con más de cuatro estaciones y nos volvemos locos, nos podemos perder o sentar en el piso en posición fetal a llorar. No somos ni altruistas ni indigetes en potencia, nuestras familias no nos permitirían ser ninguna de las dos, qué desgracia otro escritor en la familia – o el clásico – no chica, imagínate que su hijo le salió músico, pobre mujer – totalmente diferente al – ¡se acaba de graduar mi muchacho de abogado! como su padre, su abuelo, su tío, su bisabuelo, su hermana, si prima tercera, su vecina, su novia…- y así la ciudad colmena nos asigna qué ser y cómo ser. 

Al final del día, nadie puede entender a alguien nacido en Valencia, que otra persona nacida en Valencia, sin importar si eres del sur, Iturriza, o Cadenas, o Colmenares, o Chirivella. Hay un secreto místico que da vuelta en los ojos de dos valencianos que se encuentran fuera de aquel valle, un pacto oculto, una pena propia que se mezcla con la ajena, una necesidad de celebrar una hermana o un hermano que puede sentir nuestras propias confusiones y conflictos citadinos. Un deseo visceral de toparnos con uno más, con alguien que nos pueda escuchar y entender cuando decimos; extraño a mares esa puta ciudad de mierda.

Oswaldo Joya



viernes, 18 de septiembre de 2015

Camino

Sentí que compartir el camino, en ese momento, este momento, era indicado. Me dejé llevar, era verdadera presa del caos, surfeaba olas de verbos mientras me desvelaba por tu encuentro, y de repente, el pasado, un cuento erótico que me acecha, como el cazador a su presa, pero yo le sonrío en vez de huir, no tiene armas para tentarme, le di entonces un beso en la frente, cambié de tiempos en la narrativa y me acosté a tu lado, mientras escribía esto, quién eres, ya pareces tres, cuatro, y hasta cinco mujeres diferentes, puedo armar un rompecabezas con las piezas favoritas de cada una de ellas: la amistad de una, lo inteligente de la otra, el olor de esa misma, el misterio de aquella y la atracción de esta. Y apareces tú, oculta, te veo y estoy ciego de ti, ahora el camino es claro, lo comparto, ven conmigo, camina hacia mí.

Juan Pedro Carrasquero Ávila

lunes, 7 de septiembre de 2015

Ella danza entre fuego y hielo

Ella danza entre fuego y hielo,
Con la calma del mar y la grandeza del trueno,
Aunado a la candidez de un niño y la valentía del fierro;
Ella danza entre fuego y hielo.

Sus ojos como dos lunas brillan,
Resplandecientes, dicotómicos e incandescentes; irreverentes.
No los hagas llorar, no los molestes.
Son sinceros, a veces anhelantes
Pues ella danza entre fuego y hielo.

Su cuerpo no es menos que un mapa trazado por los grandes,
Ni Magallanes ni Colón hubiesen encontrado tales tesoros.
Absorto el cielo se halla, incluso celoso
Ante la suavidad que posee tu mármol cincelado.
A tu anatomía, la belleza es un secreto adosado.

No hay furia alguna que sacuda tu talante,
Ni un centenar de guerreros, 
ni la madre tierra acabará con tu existencia hermosa, potente, pertinente,
Pues no hubo alguien tan tajante
Cuando de cuestiones de valor se tratase.

Tú, tan calma, tan tranquila y hermosa; tus labios de coral y demás reliquias marinas;
Nadie a tu bonhomía atrevería a compararse, hereje el que lo haga. Por más que todo eso...
Danzas entre hielo y fuego.

Marena Flores Montenegro

jueves, 3 de septiembre de 2015

Guiño

Otro día que comienza,
claridad apabullante en la oscuridad,
donde me levanto para no seguir durmiendo,
y le doy la espalda a la cama
para que no me vuelva a provocar 
entrar nuevamente a sus fauces.

Nueva mañana inicia,
corriendo detrás de un reloj,
ignorando las necesidades de muchos,
priorizando solo mi rutina,
insultando a aquel que prioriza la suya,
saboreando restos de yogur y cereal en mi boca.

Primer café despertador,
negro, fuerte, amargo,
casi el saludo de un jefe…
reviso los proyectos de ayer,
programo el día de hoy,
pero todavía no puedo soñar con el mañana…

Consciente que estando despierto,
no he iniciado mi rutina,
sirvo el próximo café con otro enfoque:
¡Buenos días! 

Ahora pertenezco a un proyecto ya ideado,
todo tiene sentido, con o sin mi presencia…
debo ponerme al servicio de los demás 
para sentirme parte del plan,
esperando que al final de la jornada
haya sido útil, utilizado y valioso.

Solo me queda la nostalgia matutina
de haberle dado la espalda a la cama,
ignorando que solo con ese gesto,
debía recordar el plan del que hablaba…
al ver el somnoliento cuerpo que amaba.

Claudio Manganelli



viernes, 28 de agosto de 2015

El hombre de la bibcicleta*

Ahora esto no es más que un lejano recuerdo.

El 4 de junio de 1989 me desperté temprano, desayuné, agarré lo que necesitaba y salí. El sabor a libertad estaba más presente que nunca. La tensión en la calle penetraba la piel. 

Mi trabajo era quedarme en la frutería hasta que pasara el grupo al que tenía que incorporarme. Todo estaba calculado al detalle: teníamos un espejo, una persona vigilaría cada uno de mis movimientos, cada cosa a mi alrededor, y cuidaría de mí si algo llegase a pasar; yo tenía una responsabilidad y era llegar en bicicleta hasta la plaza. Éramos jóvenes, inocentes, creíamos que todo podía cambiar con una sola manifestación, que esos mismos que nos torturaban y oprimían, serían capaces de sentir algo y renunciar. 

Cuando estuvimos completos comenzamos a movernos, cada quién a su ritmo, a su manera, siguiendo una planificación. Intentando avanzar. Pensar en esto hoy me hace sentir ridículo. 

Habíamos llegado a la  plaza, recuerdo que era larga, que en ese lugar solían entrenar los militares. Tenía árboles altos y frondosos, de fondo una garita amarilla, decenas de estatuas. Por alguna razón que desconozco, ahí estaba una máquina de esas que se utilizan para recoger la arena en una construcción. Si quisiera darle un sentido poético al asunto, diría que representaba la construcción de un país diferente que comenzaría ese día, pero esto no es más que recordar sueños tontos de jóvenes que creen que el mundo puede cambiar. También recuerdo que había un estacionamiento para bicicletas, muchos policías, la prensa internacional que veríamos por última vez en el país –pero esto lo supe mucho después-. 

Luego comenzamos a escuchar mucho ruido. Nosotros éramos muchos, ellos eran demasiados. El miedo encontró un refugio seguro en cada uno de los que estábamos en esa plaza. Pero, a pesar de las detonaciones, un grupo de los nuestros siguió moviéndose en dirección a la guerra. Las piedras volaban. Algunos de los que estaban a mi lado comenzaron a romper la estructura: paredes, pisos, estatuas, lo que encontraran. Estaban convencidos de que eso nos ayudaría a protegernos. Esa, creíamos, era la manera de defenderse ante el monstruo. Lanzar objetos, gritar. 

Muchos tanques de guerra se dirigían hacia nosotros, y en ese momento todo se paralizó. No recuerdo haber escuchado absolutamente nada, todo se movía a menor velocidad. Pero, como en una película, todo se aceleró cuando casi choco contra una piedra. Quise huir. Pedalear lo más rápido que podía. 

Giré a la derecha para alejarme de los tanques, de la policía, de los militares, de mis compañeros de lucha, del gas lacrimógeno, los perdigones, el miedo. 

En medio de la confusión recuerdo haber visto a un hombre de unos 30 años, en ese momento no sé ni qué pensé pero eso era una locura. Tenía pantalón negro, camisa blanca, mirada firme, un par de bolsas en la mano, sereno y moviendo apenas los labios –tal vez recitando una pequeña, pero fuerte oración- se detuvo frente a los tanques. No tenía intención de moverse. 

El sonido de los tanques me dejaba sordo, no había sentido tanto miedo en mi vida. Era un estruendo que movía cada fibra de mi cuerpo. Las ruedas de la bicicleta se tambaleaban. Mis manos se resbalaban del volante.

Después de unas cuantas cuadras solté mi bicicleta y corrí. Corrí lejos. Corrí aterrado. Corrí en automático. Temía por mí. Los rumores ya rodaban: muertos, heridos, miles de detenidos. Las torturas de las que tenía recuerdo me hacían correr con mucha más fuerza. Sentía que si me alcanzaban, no podría contar nada. Se cree que aquel día hubo entre 400-800 muertos y más de 10.000 heridos, según cifras de la CIA. Esto también lo supe después.

Sobreviví. Huí de aquel país, pero no conté nada. Me dio pena, miedo, vergüenza.

Años después vi por primera vez la foto del hombre delante de los tanques, y en ese momento pensé que realmente había sido valiente, esa había sido su resistencia, su lucha. Investigué un poco y supe que había sido detenido y que no se supo más de él. En mi infinito egoísmo fui feliz al notar que no estaba ahí, que nadie me había fotografiado. Había bloqueado ese momento de mi cabeza. Inventé una historia y la repetí una y otra y otra vez: hasta creérmela. Ese episodio lo completé con un compendio de "recuerdos implantados" para poder vivir conmigo mismo y con los demás.  

Hoy me enteré de un descubrimiento de ese día. Alguien publicó la foto. No soy reconocible, han pasado ya muchos años y tengo la misma ventaja que otros cientos de millones: somos todos iguales. Me detuve frente a la pantalla del noticiero en el restaurante de la esquina. Los de la tele analizaban la imagen.

Caminé a casa, serví un trago, encendí un cigarrillo. Dejé que la imagen se instalara frente a mí y que las lágrimas encontraran un camino de bajada. Lloré todo lo que no lloré ese día o el día que huí del país. Lloré por el hombre del tanque, por los otros que –como yo- corrían aterrados. Lloré.

Se es más valiente cuando se juega a enfrentarse con monstruos imaginarios dentro de una habitación.


Laura Solórzano

* Inspirado en una de las fotos de la plaza Tiananmén




jueves, 30 de julio de 2015

A la vida

Qué fácil es
perderse
en la oscuridad
y olvidar
sin remedio
la luz
la de los días felices
la de los ojos de amor
la del mar

difícil es
lo sé
ser optimista
en medio del caos
pero no desistas
hermosa vida
y quédate como estás
por siempre
inmarcesible.


Hamid Yammine


martes, 26 de mayo de 2015

Texto II (Teófilo Tortolero)

Me reservo el derecho
a habitarme
y a llenarme de mis cosas
(de mis visiones)
a enlutar mis pupilas
a cada campanada

Soy libre. Lo entiendes?

Teófilo Tortolero

martes, 19 de mayo de 2015

El lugar donde el tiempo se detiene

Hay un poco más de dos millones de habitantes, más que cualquier otra ciudad del Uruguay, o paisito como le dicen cariñosamente quienes deciden cambiar su código de área de forma temporal o permanente. La ciudad tiene, apenas, 525.54 kilómetros. En carro, por la rambla, se recorre entera en una hora (porque hay semáforos). A pie, por el mismo lugar, se puede bordear en cuatro horas (si se lleva un buen ritmo y no se está en invierno). Es la ciudad más Austral de continente, por eso son orientales.
Esta particular ubicación hizo que en 2012, específicamente en octubre, se inaugurara la estatua más particular de las cientos que hay en toda la ciudad. El “greetingman” (hombre que saluda) es una figura de aproximadamente 6 metros de alto, azul, sin cabello ni ropa y en posición de reverencia. Está de frente al mar y detrás tiene unas construcciones de edificios muy modernos. Apenas veinte minutos después de salir del aeropuerto, la imagen se presenta en medio de la rambla. Fue diseñada por el surcoreano Yoo Young-ho y regalada a la ciudad por la embajada de dicho país. Se supone que si se traza una línea directa entre la mirada de estas dos estatuas, se puede picar el planeta en dos partes exactamente iguales.
Son pocos los caminantes. Son pocos los autos. Las aceras son anchas, rotas, solitarias. Los dueños de perros, dejan el camino minado.
Esa ciudad se repite. Un patrón de calles pequeñas, seguidas de una avenida grande. Las mismas tiendas cada cierto tiempo. Un “copiar y pegar” hecho por algún urbanista como quien juega en la computadora. La tienda de ropa interior cada tres cuadras en la Av. 18 de Julio. Cada dos, una casa de cambio. Después de un agente autorizado de alguna compañía telefónica, hay un quiosco. Frente a cada parada de bus, una librería. Hay vendedores ambulantes de bufandas, guantes, gorros y medias. Cafeterías y bares, heladerías y cadenas de comida rápida. Se cuenta todo. Se repite todo.
En el centro de la ciudad hay un poco más de vida que en cualquier otro lugar. En los bares que hay en la zona, lo más común es ver a alguna persona sola comiendo milanesa con fritas (papas), bebiendo un cortado para calmar el frío de la calle o disfrutando de algún rato observando a quienes pasan por la calle. Los fines de semana, especialmente si juega fútbol la selección, es probable conseguir en el bar a amigos con rituales que religiosamente ven los partidos en aquel lugar. Hay más mujeres que hombres, hay más edad que azúcar.
Las calles internas son pequeñas, llenas de artistas urbanos tratando de cambiar su arte por pesos para seguir fumando y creando. Las plazas están llenas de estatuas, monumentos, fuentes, bancos y luces traídas de Francia. El mármol que no se desgasta, el jardín que en invierno no es verde, las hojas que han terminado un viaje, la soledad, el gris de los edificios contrastan con la velocidad del wifi de las plazas y con la nueva aplicación para celulares desde la cual puedes pagar todos tus servicios.
El parque más grande, ese que se hizo en nombre de quien fuese un escritor y político uruguayo, José Enrique Rodó, está lleno de verdes incluso en las aguas. Tiene frente a sí el nuevo edificio del MERCOSUR, que antes era un casino. Tres fuentes distintas con agua que aparece de vez en cuando, verde, con pequeños cuerpos descompuestos. Estatuas por doquier. Unos botes que andan poco, que andan lento. Que casi no andan. Pero, a pesar de todo aquello, el Parque Rodó es un buen lugar para sentarse a esperar al tiempo con un buen mate.
“El uruguayo nace con un termo debajo del brazo”, responde un mesonero a una joven rubia de acento extraño que pregunta por qué todos viajan con “eso”. El mate es la bebida más importante del Uruguay. No importa el evento social, día del año, hora, siempre hay espacio para tomarse unos mates. Probablemente la paciencia y la tranquilidad de ellos se deban al tiempo que toma preparar un mate. Hervir el agua. Llenar el termo casi hasta el final. Ponerle un poco de agua fría. Poner el mate en la matera. Compactarlo. Servir primero un poco de agua. Hacer una montañita. Dejar pasar el primer trago. Beber.

En aquella ciudad pequeña, en el sur del continente latinoamericano, es el lugar donde el tiempo se detiene.

Laura Solórzano

jueves, 14 de mayo de 2015

Un amor

Algunos consideran a la amistad como un don
algo tan bello
sin comparación
yo solo quiero que sepas
lo que hay en mi corazón
para así tener
una montaña de diversión
mas un secreto guardo
en lo más profundo de mi interior
yo no quiero perderte
pues solo en ti encuentro la verdad del corazón
ayúdame para superar esto que tengo
no es solo ilusión
es algo mucho más grande
y se llama amor
no es amor a la amistad
es amor por lo que hay en tu corazón
en pocas palabras
te amo y sin ninguna razón.


Emilio Brea

domingo, 3 de mayo de 2015

Eva

La calle está desierta, son poco más de las tres de la mañana, hace frío para la época, pero eso es lo que menos le importa a Eva, quien corre con todas sus fuerzas a través de las calles vacías, vestida solo con sus shorts negros de dormir y su guardacamisa color magenta, empapadas ambas prendas de su frío sudor, palpitando su corazón con ansiosa emoción. Eva corre descalza en medio de la noche porque se estaba ahogando y pensó que moriría, ahogada en la rutina de un amor de plástico, y de hecho realmente pensó que moriría, pero suerte para ella, la noche fue su salvación.

No sabía Eva hacia donde se dirigía, peor aún, segura no estaba de por qué corría, pero algo certero sentía; lo disfrutaba, y más aún, le excitaba. Sí, correr era para Eva en ese momento un orgasmo hacia la libertad, un placer que aumentaba con cada zancada y con cada jadeante bocanada, ansiosa de vivir, ansiosa de sentir, con ganas de no parar, con ganas de gozar en su plenitud nocturna, y ahora lo entendía.

Eva no paraba, y ya sus senos empapados eran visibles a través de su mojada guardacamisa color magenta, ya sus piernas brillaban hermosas de tanto sudor y ya su sexo ardiente clamaba desesperado por la ayuda de su mano, pero Eva no paraba, porque el orgasmo era correr, el orgasmo era ser acariciada por la noche fría y vacía.




Hamid A. Yammine I.

jueves, 23 de abril de 2015

Fragmento de "El lenguaje de los pájaros", por Farid ud-Din Attar

De deseo de amor ardo esta noche,

la agitación de amor a mi entereza ha puesto fin.

¿Dónde está la vida que explique este sufrimiento,

o me queda tan sólo llorar por mí mismo?

¿Dónde está la paciencia que me permita hacer algo

o como un hombre beber del cáliz que a los hombres derrota?

¿Dónde está la fortuna que a despertar me obligue

o en el amor me otorgue ayuda?

¿Dónde está el juicio que me conceda la ciencia

o con estratagemas me aproveche?

¿Dónde está la mano que eche tierra del camino en mi cabeza

o me entierre bajo sangre y bajo tierra?

¿Dónde están los pies que busquen el barrio de mi amada,

y los ojos que el rostro de la amada vuelvan a ver?

¿Dónde está la amada que de este dolor me consuele,

dónde los amigos que mi mano sostengan un instante?


Farid ud-Din Attar

viernes, 17 de abril de 2015

El montañista

Para mi hermano mayor con altísimo cariño,
cariño a millones de metros sobre el nivel del mar.


Sin premeditación H ya estaba al comienzo de la montaña. Era necesario subirla, pocas veces era tan necesario como hoy. Necesidad comparable al día en que decidió aceptar aquel delicado papel en la obra dalohnesa que marcaría un pre y un post en su vida. Hoy subirla era excepcionalmente decidir, el trayecto: sopesar, la cima: una resolución irrevocable.
     
Antes de emprender la pendiente miró fijamente el suelo y con deseo respiró la humedad característica que deja la madrugada en las rocas terrosas de esa montaña.
     
H no sabía bien porque había ido descalzo, no recordaba lo precedente, era como si su día hubiese emergido junto a él en el comienzo de esa montaña. Se vio los pies y se cuestionó todo el asunto de estar sin sus botas, pensó que sería interesante intentarlo así, descalzo en una subida decisoria, nada en los pies significaba pisar sin intermediarios. Qué mejor forma de tomar la decisión que sintiendo cada detalle de los irregulares relieves. Podría sufrir algún percance como darse un golpe en algún dedo, un raspón en el talón, o pelarse la planta del pie. Dado el caso serían efectos colaterales e irrelevantes de una decisión digna, o en su defecto bien sentida.
     
Al principio de la cuesta los árboles abarrotados en la falda de la montaña hacían una suerte de cueva para los que se encontraban bajo ellos, en ese momento: H, peces en el riachuelo y otros pequeños animales escondidos sin pretensión en las periferias del camino. En dicho tramo, de la especie de H solo estaba él.
     
A medida que ascendió la falda dejó atrás el sonido de los insectos y con más ánimo de contemplación que de reflexión se percató que no había tomado en cuenta aún el propósito de su ascenso, se perdonó enseguida admitiendo que no observar los atributos de toda la montaña era una forma de pecado contra los preceptos de la estética natural. Auto-mandamiento XXI de H: No subirás una montaña sin admirarla simultáneamente.
     
Se impuso a sí mismo que a partir del tronco naranja ubicado a unas cuantas zancadas empezaría su reflexión sobre esa decisión incomoda pero impostergable. Llegado al tronco recordó por qué lo había bautizado hace ya mucho tiempo como “el tronco naranja” siendo un tronco naturalmente marrón (de niño, la primera vez que subió esa montaña se detuvo acalorado junto a él, para refrescarse un poco se quitó la franela naranja objeto de legendario cariño infantil y la guindó del tronco, donde instantáneamente una intensa ráfaga de viento la arrancó haciéndola volar hacia un barranco intransitable. En ese momento nació el “tronco naranja”, en honor a su prenda perdida).
     
El tronco naranja le recordó que cuando estuviese de regreso, abajo, cerca pero ya fuera de la montaña podría hacerse de un jugo de naranja que compensara el cansancio que todavía no empezaba a sentir, consideró comprar dos, uno para beber y otro para echárselo en los pies, suponiendo irracionalmente que tal cosa calmaría el desgaste de los mismos. A su vez y más profundamente creyó que ese echarse jugo de naranja en los pies podría interiorizarlo como un acto de comunión pura y original, unión simbólica de su cuerpo a la voluptuosidad tropical.
     
¿Cómo pagar los jugos si no llevaba nada en los bolsillos? Pensó en la posibilidad de pedir los jugos, esperar que los sirvieran, hurgarse los bolsillos fingiendo sorpresa por no encontrar nada al momento de pagar y hacerse el sediento resignado viéndose los pies descalzos, en fin, dar disimuladamente algo de lástima para que a cambio no se le cobrase, o al menos se le postergase para otro día el pago, a pesar de haber gran probabilidad de no volver en mucho tiempo.
     
Al seguir subiendo descartó de lleno la posibilidad de la estafa jugosa, se defendió diciéndose que lo pensó jugando. Esos juegos que frecuentaba considerándolos una especie práctica que todo buen actor de teatro tenía que cultivar. Hay que ponerse en situaciones reales hipotéticas fuera del escenario, actuar con espontaneidad en la vida, pero actuar, porque las verdaderas vocaciones se internalizan y se llevan a todos lados sin peso, se afirmó.
     
H se sumergió como de costumbre en sí mismo: Vaya, como he estado posponiendo todo lo concerniente a la decisión, típico de mí cuando las opciones se me

-Buenos días

presentan de antemano ambiguamente complejas. Pero la complejidad no puede ser excusa, porque he venido precisamente acá sabiendo de antemano la dificultad que conlleva una decisión de ese tipo.
     
H siguió sumergido en la montaña: Este es mi lugar, y si no me doy respuesta acá, me llevaré una inseguridad fundamentada en que no tomé la decisión en el lugar idóneo (la montaña), personalmente inconcebible, como aquella vez que traté de tomar en vano una decisión sentado en la última butaca del teatro Viexn totalmente desierto, de verdad que se encontraba Viexn vacío, fue de madrugada. Es parte del fruto de hacerse amigo de los de mantenimiento, te facilitan la copia de la llave sin mucha dificultad porque los limpiadores de teatros con añeja experiencia como Yuls Pegázar saben que algunos actores hacen esas cosas, esas visitas de pinta poéticamente solitaria al lugar de trabajo.
     
Vaya ridiculez exagerada, piensa Yuls cuando dicen esos artistas que el teatro es el lugar de trabajo de los actores. “Yo vivo en y para las tablas” se mofa Yuls con apenas un poco más de compasión que resentimiento de los actores adornados de una abnegación que no convence a los que saben ver.
     
Yuls insiste de vez en cuando en el decente pero extremo argumento sobre los actores que nunca se han puesto realmente a detallar la madera que pisan en la tarima, ni saben cómo quitarle una marca de tacón monstruosamente afincado, manchas de pintura y todo tipo de sucios que producen esas obras para resultar vistosas. Es más, un verdadero actor tendría que ir a la tarima recién bañado y envuelto en telas limpias, así sin más, debe hacer su trabajo desprovisto de parafernalia, si no sabe hacerlo de esa forma no es buen actor, en tal caso es solo buen empleador de accesorios para llamar la atención, sostiene Yuls.
     
A un poco más de la mitad de la pendiente total H se detiene a revisar sus pies. Al señor Pegázar no le hubiese gustado que entrase yo así, opina H al levantar un pie viendo su planta rojiza de roce y polvorienta de tierra que sacude. Envuelve con sus manos el pie hinchado que además de estar extrañamente frío, palpita como si tuviera un corazón adentro, el otro igual, frío y tal vez peor porque el corazón interior que porta ese parece tener taquicardia.

-Yo, H, sigo, sigo, parar brevemente cuenta como titubeo. Ahora que el sol se apoya en mi nuca siento una presión de encarar lo que vine a hacer acá, un imperativo del astro supongo ¿qué debo hacer ante este dilema, ante estas opciones? 

-Cómo es posible, alguien me ha dicho buenos días y por estar hundido en las esquivaciones de la decisión no me he percatado en el momento. Esa señora debe sentirse degradada por mí, al único que se encuentra por acá y no le responde, y eso que ella venía de bajada, ya había llegado a la cima, si hubiese venido con la misma misión que yo ya hubiese decidido, estaría en un nivel superior, todo eso y yo no me tomé la responsabilidad de contestar. Aunque si vio mis pies descalzos sabrá que es totalmente perdonable mi falta, se habrá imaginado que estoy sufriendo, razón por la cual no me encontraba abierto a responder esa relativa cordialidad. Hasta luego remordiento.

-Está sangrándome el izquierdo, no es cortada es desgaste, nada serio, no falta mucho, apuesto que el derecho (que se encontraba sin sangrar pero más hinchado) llega a la cima sin dejarse drenar. Espero, porque da la impresión por su hinchazón que si sangra será por el dedo gordo imitando una válvula.

-Marrón, azul, y decisión, no tengo mucho material de distracción, es momento, o va llegando el momento, no me estoy cansando, no sé por qué, podría seguir hacia ningún lado una vez llegado a la cima, podría seguir al precipicio o a la indecisión.
     
Mientras más cerca, más desacelera el paso porque quiere seguir subiendo, quiere más tiempo con la montaña, no es ya postergación, es deseo de estar ahí, con un propósito autodefinido, llegar es exterminar la meta y quedar en el aire.

-¿Y si luego hay más montañas u otras idas a otros lugares? Podrán haber miles de andanzas, pero ahora prefiero esta, mi montaña, porque a través de ella y de su excursión sé llegar a mí.  

En el pie derecho se abre sola y necesariamente la válvula del dedo gordo sin ser profusa como se esperaba, pero constante como se querría evitar.
     
Los pies dormidos un camino rojo van dejando, el trayecto de una decisión hacía sí misma, hacia su cumbre.
     
H llega al final de la montaña y rodeando al árbol que corona su cima empieza a dar vueltas, la sangre de sus pies forma un círculo rojo en torno al árbol, está mareado, no sabe si por las vueltas o por ver la sangre. Seguro está que el mareo no es causado por pérdida de sangre, porque se siente ahí arriba más vigoroso que en ningún otro momento.
     
H quería seguir andando, quizás por eso se quedó dando vueltas un tiempo ahí, cuando alcanzo una rapidez centrifuga considerable empezó a ver borroso el entorno, cerró los ojos y entonces fue disminuyendo la velocidad, finalmente se detuvo y se sentó de espalda al tronco. Tuvo la impresión de que se estaba yendo de la montaña, se agarró férreamente la cabeza con las manos para concentrarse en lo que ocurría, no podía controlar el lugar, no podía abrir los ojos, o mejor dicho tenía la sensación de tenerlos abiertos mirando una oscuridad indescifrable, sentía que su cabeza había despegado de la cima, que se elevaba y veía la montaña desde arriba, no quería irse de la montaña, no quería irse, sin embargo, estaba en la cima, era inevitable.
     
Empezó a sentir en su frente una madera fría que no era la del tronco, percibía estar en otro ambiente, en una tarde oscura ajena a la montaña, una tarde helada de otro lugar que no era el suyo. Sentía los ojos abiertos, abiertos desde antes, y supo que ahí jamás los había cerrado, no se había dormido ni desmayado, solo estaba viendo de otra forma, su frente estaba apoyada en el borde del escritorio, su cara mirando fijamente algo puesto en el suelo, bajo su cuerpo sentado.
     
Cuando una luz de barco que pasaba por el canal Geloof iluminó tenuemente la habitación H logró ver en dónde terminaban sus ojos. Su mirada se incrustaba en una fotografía de su montaña inmóvil que yacía entre sus pies descalzos listos para irse a explorar.
     
H ya había decidido, tenía que volver a la montaña.




Escrito por Michel Yammine.
21 de marzo de 2015.